
Ese giro al que nos convoca lo diverso pasa por el tamiz sereno de la observación, del silencio de la atención, del darse cuenta de que todos los seres del mundo estamos entrelazados, compartidos, sostenidos por el amor de la vida. Que atravesamos nuestro paso por el planeta en compañía y contamos con la ayuda silenciosa de infinidad de seres. La diversidad contemporánea tiene a su favor los secretos que ha ido revelando la física, esto es, la compleja composición común de todo, la revelación de una escala fecunda y vibrante en la que no hay fronteras, quiebres o batallas en la existencia sino posibilidades e interconexión. Donde todo es una unidad diversa. Desde esa mirada de las cosas, en vínculo y proximidad, nos podemos preguntar, con Masahiro Mori, cuando escribe sobre su experiencia en la construcción de un robot, “qué soy y qué no soy yo”, pues si seguimos la ruta del dióxido de carbono que exhalamos cada vez, podríamos conectar con lejanos bosques de África, con almas de otras culturas, que podrían igualmente develársenos tan íntimos como nuestra propia exhalación. Los límites se flexibilizan en favor de tejidos, encuentros y relaciones que hacen posible la vida. El robot, el humano y la espiritualidad se reconocen en esa diversidad que abre el espectro de los vínculos.
Si estamos reconociendo, con el paso lento de lo que aún se resiste, que no somos la especie que debe ocupar el centro de todo; que entre nosotros mismos hay inscrita una diversidad que nos caracteriza, porque somos plurales, distintos y embellecidos precisamente por esa pluralidad; si estamos conscientes de que la tecnología abre aún más horizontes de diversidad en la existencia, podremos dar cuenta de las diferencias como cualidades que nos distinguen y no como carencias frente a lo que deberíamos ser. Podremos estar en una mejor disposición para ser más amorosos, más respetuosos y comprensivos con todo lo que nos rodea. Aprenderemos a compartir espacios que ya no son solo nuestros –o de una sola idea de cómo debe ser lo humano–, sino de géneros diversos, identidades fluidas, interconexiones culturales, inteligencias artificiales, cosmovisiones, hologramas, robots o luciérnagas. Y que tenemos que vérnoslas juntos.
La tecnología digital ha iluminado los pliegues de la diversidad, nos ha planteado la posibilidad de la expansión, el cambio constante, la ubicuidad y la simultaneidad. Y, como suele hacerlo el amor, ha trastocado nuestra comprensión lineal del tiempo. Ahora mismo somos uno y somos múltiples. Ya no es tan sencillo trazar una frontera entre lo que es distinto, lejano o cercano, artificio o natural, pues se develan continuidades, cooperación y posibilidades. Los testimonios de la profundidad del cosmos del telescopio Webb están en la intimidad de nuestros teléfonos y algunas sencillas florecitas son capaces de atravesar el concreto aparentemente inhóspito de nuestras calles para mostrarse y afirmar la vida. Estamos expandiéndonos, evolucionando, diluyendo lo binario a favor de una unidad cambiante, donde todos somos, también, un poco lo mismo. Acaso el tono esencial de la vida sea, precisamente, que es diversa. Y, por tanto, que siempre debemos encontrar la manera de abrirnos a la creación, a la solución poética, en lugar de cimentar muros.
Hoy vivimos la experiencia tecnológica de la interconexión y la conquista de las distancias geográficas; y hemos descubierto que las sofisticadas redes de comunicación de los bosques y el entramado de las plantas ya conocían los secretos de esas tecnologías. Ahora conforman lo que se nos ha revelado como la web del bosque. Recordándonos que nada nos es realmente extraño, que la diversidad de la vida se conecta consigo misma.
Si asumimos su inteligencia, como confirman los hallazgos contemporáneos, podemos confiar en sus expresiones diversas, en su condición abierta a la posibilidad, en el giro hacia la horizontalidad de la existencia, donde todos somos igualmente valiosos, y el amor que la afirma y la sostiene. Quizá se trate de la fuerza profunda que nos atraviesa, nos une y nos embellece cuando nos reconocemos en lo distinto, cuando somos capaces de encontrarnos a nosotros mismos en medio del tejido de la diversidad.